Desde el día que me senté a escuchar las historias de los adolescentes en mi primer trabajo. Las había bonitas, también de soledad, miedo y violencia. Hubo una entre todas que me dejó huella; era una de esas duras, que uno no puede olvidar. La escuché, contuve mis lágrimas, la creí, y busqué ayuda. Ese día descubrí mí deseo de acompañar; ayudar a cambiar rumbos cuando las vidas parecen destinadas a la repetición.
En ese momento observe el efecto que tenía en las personas ser escuchadas, a veces sólo con eso se daban cambios, pero en muchas esto no era suficiente. Así que decidí seguir formándome, poco a poco fui aprendiendo a hacer sin hacer, acompañar sin interferir, y aquí estoy, continuando con el curso de la historia de un deseo que nació o estuvo en mi.